jueves, 15 de octubre de 2009

Sonrisas y lágrimas en la ONU

Escribo este artículo desde la ciudad de Nueva York. Una ciudad mítica porque en ella se han desarrollado grandes eventos históricos de la cultura, de la sociedad y de la política. Es la ciudad de Jane Fonda, es la tumba de John Lennon, es una canción que Frank Sinatra traslado a todo el mundo.

Y en su corazón, en la parte este de la isla de Manhattan se halla la sede de las Naciones Unidas. Una organización muy criticada por su inoperancia. Una organización que los escépticos de la política, esto es, los habilidosos en descalificar e incapaces de construir, la consideran inútil.

Es cierto que todos y todas esperamos más y pedimos más a las Naciones Unidas, pero también es cierto que poco contribuimos a fortalecer su presencia activa en nuestros países. Sin embargo, nadie podría concebir el mundo actual sin las actividades que desarrollan las Naciones Unidas.

Mi presencia se debe a la participación en uno de los eventos que organiza esta Institución llamado “Adelanto de la Mujer”, a la cual he tenido el gusto de ser invitada y escuchar a nuestro embajador Federico Alberto Cuello Camilo. En su presentación hizo hincapié en la evolución de la legislación hacia la igualdad, y en los planes de igualdad de género al que todos y todas aspiramos.

En todo caso, con el respeto que merece su intervención y al gobierno que representa, omitió algunos de los problemas graves que aquejan a la sociedad dominicana en el ámbito de la igualdad entre los géneros.

En primer lugar, la lentitud en la acción de gobierno de todos los poderes públicos en pro de la igualdad es de una lentitud exasperante. Muchos países de nuestro entorno económico y social avanzan más deprisa, y eso hay que corregirlo.

En segundo lugar, la presión de algunos poderes anacrónicos ha convertido el debate constitucional en una discusión propia de principios del siglo XX y no del siglo XXI. No puedo ocultar mi vergüenza al ver como presumimos en el extranjero de nuestros avances, mientras en nuestra casa hacemos barbaridades, como el espantoso artículo 30.

Este artículo mancilla la honorabilidad internacional de nuestro país al convertirnos en uno de los dos países del mundo en que los derechos reproductivos quedan en peor lugar que antes de constituirse el Estado democrático. Sonrisas y lágrimas, pero siempre esperanza.