Cuando las aguas del río Soleil inundaron Jimaní, el 24 de mayo del 2004, el primero en llegar a socorrer a las y los dominicanos fue el pueblo haitiano. La comunidad haitiana inauguró con comida, y aliento los primeros días posterior a la hecatombe. Acogieron las victimas de la catástrofe en sus brazos. En momentos de desastres, Haití, Republica Dominicana y su gente siempre han estado juntos.
En término de lo cultural vivimos en sentido de solidaridad, de apoyo, de entrega al de al lado. El vecino es tu apoyo, tu hermano. La familia más cercana es el vecino, quien te presta los primeros auxilios. Esta en la base de nuestra cultura en especial en la zona rural donde vive el 38.39 por ciento de la población dominicana (ONE 2002). En las grandes torres de la urbanidad el sentido de apoyo en el día a día se va perdiendo, nos damos el lujo de importar modelos culturales alienantes. Cuando la muerte es inminente, sin importar el color de su piel, todas y todos salimos a socorrer a nuestros hermanos.
A pesa de que hay personas urbanas de la clase dominante, que todavía quieren envenenar al país con visiones xenofóbicas, sobre la exclusión de los haitianos. En estos momentos el pueblo dominicano demuestra que hace uso de sus valores culturales, de apoyo al vecino. Ha sido la mano amiga en momentos de desesperación.
Un número considerable de haitianos se encuentran en estado de pánico, (no el pánico de Lubrano), estos están inmóviles y aterrados ante la imposibilidad de no tener noticias de sus familiares, de no saber si viven o han muerto. Esta gente, ilegal o no, necesita el apoyo y solidaridad de las y los dominicanos. Preguntar si han tenido noticias de sus familiares es acompañarlos en su dolor, tocarlos y si te lo permites, abrazarlos es terapéutico, los abrazos genuinos sanan.
Haití se necesita todo, es buen momento para que los países con mayor riqueza creen un nuevo Haití, el Haití que le deben a esta población sumergida por siglos la orfandad.