La prueba de paternidad consiste en analizar el ADN de una persona y compararlo con el de sus padres. El código genético es único de cada persona y está presente en todas sus células. El niño hereda la mitad del modelo de ADN de la madre y la otra mitad del padre. El análisis de las células se puede hacer a partir de la sangre o de cualquier otro tejido. Para hacer el estudio del ADN es necesario tener la autorización legal de la madre y del supuesto padre. En nuestro país esta prueba se realiza desde hace más de 25 años.
La muestra para realizar este procedimiento se puede tomar desde que la mujer está embarazada, extrayendo una cantidad de líquido amniótico del útero, en el cual se encuentran las células del bebé. Cuando el bebé ya ha nacido, el análisis se puede hacer a partir de una pequeña muestra de sangre. También puede realizarse extrayendo células mediante el raspado de la parte interior de las mejillas con un hisopo. Este método es menos agresor e igual de confiable.
En términos generales, cuando se hace una prueba de paternidad primero se extrae el código genético del descendiente y el de la madre (que se supone cierta). Se comparan los mismos, y se separan los que ambos comparten. El resto de la combinación deberá contener el código genético del padre biológico. Si este código restante no coincide con el del supuesto padre, queda descartado como tal. Si coinciden, se confirma que es el padre biológico.
Cuando uno de los progenitores no está (por ausencia o por fallecimiento) el caso es más complejo. Para obtener el perfil genético del progenitor ausente se puede recurrir al estudio de ADN de restos óseos o piezas dentales. Además, se puede obtener a través del análisis de ADN de familiares directos, como abuelos y hermanos de padre y madre.
La prueba de paternidad es confiable en un 100% de los casos. Este estudio es aceptado por el sistema judicial de los Estados Unidos y de Europa, y siempre se realiza bajo estrictos controles de calidad y confidencialidad.
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